Bueno,
mientras mis amigas están en Facebook subiendo fotos de lo que sus novios les
cocinan para cenar, mientras que yo llego y con suerte tengo salchichas en el
fregadero, acá estoy, escribiendo para un blog que leen apenas diez personas.
En
perspectiva, no está tan mal. Soy una especie de lechón del mal que los
entretiene por un rato.
Hay
todo un mundo, señores, del que no nos estamos haciendo cargo como ciudadanos,
y es el mundo de los gimnasios. Por supuesto que los varones tienen muchos más
berretines con ese tema, ya que no les bastó con estar, empíricamente, desde
hace años midiéndose la pija unos con otros, sino que ahora hacen la mierda esa
de crossfit y están viéndose en el espejo todo el día. Pero no voy a ocuparme
de ellos más que como un efecto colateral de este mundo, y del mundo de la
mujer yendo al gimnasio, en donde sí o sí tienen que toparse con esta especie.
Resulta
que el Papa dijo que contar calorías era de puto, y no se equivocó.
Áspero
como pete de gato el comentario, pero tenía que hacerlo, ustedes ya saben cómo
soy.
El
año pasado me anoté por segunda vez en
mi vida en un gym. Sola. Resulta que coordinar con amigas es misión imposible.
Así que ahí estaba yo, un 22 de septiembre lluvioso, pasando la puerta de
vidrio que decía “TODO SEPTIEMBRE Y NOVIEMBRE 2X1 VENÍ CON UN AMIGO” para
asomarme al mostrador y pedir la ficha de inscripción.
La
realidad es que mientras hacía abdominales, Yamil, el entrenador al que le tocó
hacerse cargo de mi persona, estaba ahí atrás, sacándome charla. Nunca pude
decirle que si me tomaba el trabajo de contestarle se me iba el aire y
seguramente terminaría muerta sobre la camilla, así que decidí pasar como una
maleducada y una ortiva y apenas hablarle.
No
me interesa contarles paso a paso las peripecias de una gorda promedio dentro
de un antro de ese estilo, me interesa más que nada el detalle: yo iba a
entrenar con una calza que tenía un agujero entre las piernas y una remera de
joy division que está hecha mierda y que parece que me la agarró un pelotón de
chimpancés caníbales. Después del segundo abdominal empezaba a transpirar como
si hubiese estado corriendo tres horas seguidas, y el pelo se me descontrolaba
de la colita que me hacía. Al lado, tenía dos minas que estaban impecables.
A
mí no me jodan, las gordas somos más hormonales, sino no se explica por qué
razón yo sudaba mierda, y ellas, rosas. Lo que sí era evidente es que los
entrenadores se alejaban de mí, que claramente necesitaba ayuda porque no tenía
la más mínima idea de cómo regular ninguno de los aparatos, y se les pegaban a
ellas que tenían buen manejo de los mismos, ya que, aparentemente y no es por
juzgar, vivían ahí adentro.
Las
moscas se pegan a la mierda, no a las rosas. Tenían que venir a ayudarme a mí,
no a ellas.
Empecé
a sentirme mal. Se suponía que una a hacer ejercicios tenía que ir con la ropa
más pocha que tuviera, no de punta en blanco.
Error,
al gimnasio en el siglo XXI se va hasta maquillada. La pinta no es lo de menos.
Por
una cuestión u otra, dejé de ir en diciembre y empecé la semana pasada en otro
lugar de Lanús al que también iba a ir una amiga (que al final jamás se anotó,
nunca les crean a los amigos cuando te dicen que te van a hacer la gamba con
estas cosas, suele ser una falaz mentira).
Salvo
por ciertas pequeñeces, el lugar es copado. En las clases de step se llena de
viejas que hacen comentarios del tipo "chicos
chicos, problemas chicos. Chicos grandes, problemas grandes"; "el
Fabio NUNCA se sentó en la mesa son camiseta. Por una cuestión de respeto a la
mesa, viste? Y tampoco durmió desnudo, porque tenemos nenas mujer";
"odio los aros en la cara, perdoname", "mi hija no se comporta
como corresponde y le doy un cachetazo", "en casa nada de esas cosas
modernas como besos a los hijos o bañarse con ellos". Y el que me encantó
de la tarde fue: "todos tenemos problemas, pero los hijos nos traen más
problemas".
Match
point: el profesor está hecho un fuego, vale la pena el viaje para ver a ese
culo tomar ritmo ;)
Al fin y
al cabo el único que me hizo transpirar la camiseta y sudar lugares que no
sabía que tenían que sudar este año, fue Matías.
Es mi
profesor de step.
En fin.
Así es la vida cuando sos
gorda y no tenes ningún talento más que el de comer o hablar pelotudeces.
Bueno, y hablando de todo
un poco… ¿cogemos?
Les dejo un recomendado de #gordafan para comer, llorar, y jamás hacer ejercicios:
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