martes, 5 de abril de 2016

Lechón Del Mal, el alterego antigimnasio.

Bueno, mientras mis amigas están en Facebook subiendo fotos de lo que sus novios les cocinan para cenar, mientras que yo llego y con suerte tengo salchichas en el fregadero, acá estoy, escribiendo para un blog que leen apenas diez personas.
En perspectiva, no está tan mal. Soy una especie de lechón del mal que los entretiene por un rato.

Hay todo un mundo, señores, del que no nos estamos haciendo cargo como ciudadanos, y es el mundo de los gimnasios. Por supuesto que los varones tienen muchos más berretines con ese tema, ya que no les bastó con estar, empíricamente, desde hace años midiéndose la pija unos con otros, sino que ahora hacen la mierda esa de crossfit y están viéndose en el espejo todo el día. Pero no voy a ocuparme de ellos más que como un efecto colateral de este mundo, y del mundo de la mujer yendo al gimnasio, en donde sí o sí tienen que toparse con esta especie.
Resulta que el Papa dijo que contar calorías era de puto, y no se equivocó.
Áspero como pete de gato el comentario, pero tenía que hacerlo, ustedes ya saben cómo soy.
El año  pasado me anoté por segunda vez en mi vida en un gym. Sola. Resulta que coordinar con amigas es misión imposible. Así que ahí estaba yo, un 22 de septiembre lluvioso, pasando la puerta de vidrio que decía “TODO SEPTIEMBRE Y NOVIEMBRE 2X1 VENÍ CON UN AMIGO” para asomarme al mostrador y pedir la ficha de inscripción.
La realidad es que mientras hacía abdominales, Yamil, el entrenador al que le tocó hacerse cargo de mi persona, estaba ahí atrás, sacándome charla. Nunca pude decirle que si me tomaba el trabajo de contestarle se me iba el aire y seguramente terminaría muerta sobre la camilla, así que decidí pasar como una maleducada y una ortiva y apenas hablarle.
No me interesa contarles paso a paso las peripecias de una gorda promedio dentro de un antro de ese estilo, me interesa más que nada el detalle: yo iba a entrenar con una calza que tenía un agujero entre las piernas y una remera de joy division que está hecha mierda y que parece que me la agarró un pelotón de chimpancés caníbales. Después del segundo abdominal empezaba a transpirar como si hubiese estado corriendo tres horas seguidas, y el pelo se me descontrolaba de la colita que me hacía. Al lado, tenía dos minas que estaban impecables.
A mí no me jodan, las gordas somos más hormonales, sino no se explica por qué razón yo sudaba mierda, y ellas, rosas. Lo que sí era evidente es que los entrenadores se alejaban de mí, que claramente necesitaba ayuda porque no tenía la más mínima idea de cómo regular ninguno de los aparatos, y se les pegaban a ellas que tenían buen manejo de los mismos, ya que, aparentemente y no es por juzgar, vivían ahí adentro.
Las moscas se pegan a la mierda, no a las rosas. Tenían que venir a ayudarme a mí, no a ellas.
Empecé a sentirme mal. Se suponía que una a hacer ejercicios tenía que ir con la ropa más pocha que tuviera, no de punta en blanco.
Error, al gimnasio en el siglo XXI se va hasta maquillada. La pinta no es lo de menos.
Por una cuestión u otra, dejé de ir en diciembre y empecé la semana pasada en otro lugar de Lanús al que también iba a ir una amiga (que al final jamás se anotó, nunca les crean a los amigos cuando te dicen que te van a hacer la gamba con estas cosas, suele ser una falaz mentira).
Salvo por ciertas pequeñeces, el lugar es copado. En las clases de step se llena de viejas que hacen comentarios del tipo "chicos chicos, problemas chicos. Chicos grandes, problemas grandes"; "el Fabio NUNCA se sentó en la mesa son camiseta. Por una cuestión de respeto a la mesa, viste? Y tampoco durmió desnudo, porque tenemos nenas mujer"; "odio los aros en la cara, perdoname", "mi hija no se comporta como corresponde y le doy un cachetazo", "en casa nada de esas cosas modernas como besos a los hijos o bañarse con ellos". Y el que me encantó de la tarde fue: "todos tenemos problemas, pero los hijos nos traen más problemas".
Match point: el profesor está hecho un fuego, vale la pena el viaje para ver a ese culo tomar ritmo ;)
Al fin y al cabo el único que me hizo transpirar la camiseta y sudar lugares que no sabía que tenían que sudar este año, fue Matías. 
Es mi profesor de step. 

En fin.
Así es la vida cuando sos gorda y no tenes ningún talento más que el de comer o hablar pelotudeces.

Bueno, y hablando de todo un poco… ¿cogemos? 

Les dejo un recomendado de #gordafan para comer, llorar, y jamás hacer ejercicios:

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